EL INCONSCIENTE ES
LA POLITICA
Enrique Tenenbaum
V CONGRESO INTERNACIONAL DE CONVERGENCIA
PORTO ALEGRE
JUNIO 2012
En una sola
ocasión Lacan asevera que el inconsciente es la política. Lo hace en la Lógica del Fantasma[1].
Me pregunto por el alcance de esta frase no sólo respecto del campo específico
de nuestra práctica, esto es el psicoanálisis como práctica de discurso, sino
de la pertinencia de su extrapolación a lo que se entiende por política en
términos más generales.
Para esta segunda
deriva hay diversas ocasiones en las que el hacer de Lacan nos autoriza, como
por caso sus Escritos de los que dice
que algo valen en el terreno de la política, por caso al retrucar -en mayo del
68- que las estructuras bajan a la calle, o que lo que se estaba demandando era
un amo, o al rendir homenaje a Marx como el inventor del síntoma, o cuando en
Radiofonía se refiere a “la incidencia política donde el psicoanalista tendría
lugar si fuera de ello capaz”.
La ocasión en la
que Lacan pronuncia que el inconsciente
es la política es al discutir un trabajo de Bergler en el cual el autor
propone que un modo de la regresión oral consiste en procurarse un deseo de ser
rechazado, como medio de satisfacción masoquista. Lacan opone que, en cambio,
el deseo de ser rechazado podría bien corresponder a una defensa contra la
voracidad del Otro materno, un modo de evitar –en el rechazo- ser devorado por
el Otro. Inmediatamente extrapola Lacan esta situación a lo que entonces
ocurría en un país del sudoeste asiático –estamos en mayo de 1967, año de la
mayor invasión militar a Vietnam- y dice así: “¿De qué se trata? Se trata de
convencer a cierta gente que está bien errada de no querer ser admitida en los
beneficios del capitalismo, prefiere ser rechazada”.
El deseo de ser
rechazado opera aquí como una defensa ante la demanda del Otro imperial de
someterse a las leyes de la producción capitalista. Ante el político que se
presenta como aquel que sabe qué necesitan los otros, y cómo administrar esas
necesidades, la respuesta Lacan la sitúa como inconsciente, como un deseo de
ser rechazado.
No lo dice, pero
seguramente Lacan no desconocía que 80 años antes Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista anticipaban lo que estaba
comentando. Lo decían así respecto de la era industrial capitalista: “la
burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones,
hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la
artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a
los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las
naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las
constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas.
En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.”
Así podríamos
ubicar la extrapolación en que la respuesta a la demanda de alienación, alienación
en el modo de producción industrial y en el hacerse a imagen y semejanza,
encuentra al deseo de ser rechazado como respuesta. ¿Síntoma del capitalismo?
Así lo entiende Marx[2].
Años más tarde…
…en RSI, y luego de señalar que “lo Real se
manifiesta en el análisis, y no solamente en el análisis puesto que la noción
de síntoma ha sido introducida por Marx”[3],
se pregunta Lacan de qué modo podemos operar, incidir sobre el síntoma. Ya había señalado que el síntoma es aquello
que se pone en cruz en lo Real, que hace que
-al contrario del discurso del amo, el que pone a andar la rueda- el
síntoma es lo que hace que la cosa no ande en lo Real, debido a la intrusión en
él de lo Simbólico. Y es en esa ocasión que afirma que lo que responde del
síntoma es el inconsciente, y por tanto señala la pertinencia de nuestra
intervención.
Podría
alcanzarnos con esta precisión para concluir que el inconsciente es la política
-en tanto que es lo que responde del síntoma- y articularlo con aquella otra
frase, más difundida, de que nuestra política es el síntoma. Sin embargo
quisiera detenerme en otro aspecto de el
inconsciente es la política.
Es una frase que
retuerce la de Freud, comentada algunas veces por Lacan, aquella de que la
anatomía es el destino. La frase freudiana es, a su vez, un retorcimiento de
una sentencia napoleónica. Dice la leyenda que Napoleón, en ocasión de visitar
a Goethe, le recrimina que en su Werther
haya querido reintroducir la dimensión trágica del héroe antiguo, dimensión por
la cual las victorias épicas no eran adjudicadas a la destreza y el valor del
guerrero sino al favor de los dioses. Napoleón, el conquistador, el guerrero,
tras años de guerra, retruca que “el destino, hoy, es la política”.
Voy a arriesgar –en una ficción totalmente carente de rigor
histórico- que el dicho de Napoleón resulta la réplica a una frase que Goethe
habría pronunciado en 1771, en ocasión de un homenaje aniversario a
Shakespeare. Goethe habría dicho en esa ocasión “Enano francés, ¿qué creés que estás haciendo con la armadura griega?
¡Es demasiado grande y pesada para vos! Por eso todos los dramas franceses no
pasan de ser parodias”.
La histórica enemistad entre franceses y germanos no se
jugaría sólo en el terreno del narcisismo de las pequeñas diferencias. En un
meduloso estudio sobre Hamlet[4], Carl
Schmitt plantea que el nacimiento del Estado moderno surgió como un nuevo orden
político al neutralizar las guerras civiles entre confesiones. En este proceso
Hamlet se convertiría en el mito político de la Modernidad , opuesto a
Edipo como aquel de la
Antigüedad.
Neutralizadas las guerras confesionales y con el Estado como
detentor de la razón se habría puesto fin al derecho de los héroes, y con ello
a la tragedia misma y a los héroes trágicos. El término “político” surgiría
renovadamente entonces en Francia para nombrar, como en un paso de sentido
respecto de la concepción originaria de lo político, a aquellos filósofos que
ya no esperaban la salvación por parte de la Iglesia sino, ahora, del Estado. Es en este
sentido que entendemos el reproche de Napoleón a Goethe, el reproche por querer
devolver el destino trágico de los héroes al lugar que, luego de cien años de
guerra, había conquistado la política en el Estado.
Por cierto que, en el circo contemporáneo, y para cuando se
trata de crisis más globales y de efectos más reales que la riña entre vecinos,
es decir: cuando el sistema hace síntoma y, siendo Merckel y Hollande bien
diferentes a Goethe y Napoleón, pronto cesan
en sus diferencias, ya no importa si es la antecedencia de la guerra respecto
de la política o viceversa, y se ponen de acuerdo en realimentar el síntoma,
esto es en sostener que la cosa reviente, pero más adelante, reinyectando
plusvalía, sí, pero no al mercado productivo sino al financiero. Ante esta
situación me pregunto si la frase el
inconsciente es la política sigue teniendo, encore, algún valor.
……
En El Reverso del
Psicoanálisis[5]
señala Lacan que es imposible que haya un amo que haga funcionar al mundo. El
amo no trabaja nunca, “el amo hace un signo, el significante amo, y todos a
correr”. Es el signo – significante amo- el que hace mover la rueda. No serían
ni Merckel ni Hollande los amos sino aquellos que –alguno tiene que ser,
siempre- dan la orden.
Ahora bien, ¿acaso con el político que da la orden, que
firma el salvataje del sistema financiero a ser pagado con los cuerpos de
aquellos cuya fuerza de trabajo en tanto mercancía cae en la medida misma de
las necesidades de ese sistema financiero, a ser pagado por esos cuerpos cuya
muerte antes de tiempo es firmada y sentenciada por ese eufemístico salvataje, acaso
de ese síntoma responde el inconsciente?
El Posición del
Inconsciente afirma Lacan que, por encontrarse en el lugar del Otro, el
inconsciente ha de buscarse, en todo discurso, en su enunciación. Si así fuera,
si hubiera un orden de enunciación en el discurso del político, del amo
moderno, del capitalista, ¿cuál sería allí el estatuto de ese inconsciente?
Puesto que el discurso del capitalista está destinado a
reventar, ya que al acumular plusvalía y no relanzarla al mercado productivo no
admite giro posible de discurso, ¿podríamos hablar, aun, de enunciación, podríamos
hablar, aun, de inconsciente…? Sostengo esta pregunta puesto que, si está
vedado el giro, no hay chance de que emerja el discurso del analista, o el amor
de transferencia como su signo.
No habrá sido
entonces ingenuo el movimiento por el cual el síntoma haya desaparecido como tal
de la nomenclatura ni asimismo la
histeria como forma de padecimiento sintomático en la efectuación coercitiva
del discurso del capitalista, que vela el hecho mismo del síntoma reinyectando
neurotransmisores al sistema como reintroduce en el mercado financiero la exacción
de la plusvalía.
Propongo entonces, para concluir, y como una cuestión
preliminar a todo tratamiento posible del síntoma, la necesidad de un intento
de rectificación de los términos del discurso del capitalista a los lugares que
ocupan en el discurso del amo entendido como discurso del inconsciente, esto
es: que cuando al lugar del agente vaya el significante amo –el lapsus, el
olvido, el sueño, el chiste, el síntoma- la verdad reprimida en juego sea sostenida
por el analista por venir como la de un sujeto supuesto. De esta manera,
preliminar entonces a toda posibilidad de incidencia del acto analítico, se
promovería que eso, como dice la canción, siga girando.
[1]
10 de mayo de 1967.
[2]
El síntoma social es inherente al
sistema de producción. Es que para Marx estos fenómenos –guerras, crisis
económicas y sociales- son productos
necesarios, y no contingentes, del propio sistema, lugares límites donde la
verdad del sistema social irrumpe, y donde la misma verdad se disimula. ¿Cuál
verdad? La de un antagonismo irreductible.
[3]
10 de diciembre de 1974.
[4]
Hamlet o Hecuba. La irrupción del
tiempo en el drama.
[5]
10 de junio de 1970.